Mary Lou Williams, CBS studio, New York, 1947. Fotografia: William P. Gottlieb.

 

Artistas sin obra y el caleidoscopio de las estrellas perdidas > Parte 3

Y olvidando que el ilustrado Monsieur Jouannais —el autor del mítico ensayo Artistas sin obra* — no parece recordar, paradójicamente, la existencia ni los rastros de ninguna mujer en 150 páginas, seguiremos con el ojo puesto en nuestro cilindro de colores…

 

Fósforos en la oscuridad

Avanzando y retrocediendo en este juego de espejos aleatorios, ahora concéntricos, ahora dispersos, de nuestro caleidoscopio… aquí encontramos una Hilma af Klint —pionera del arte abstracto— y allí una Barbara Strozzi —una de las figuras más prolíficas de la música barroca— y más arriba una Käthe Kollwitz —la gran pintora y grabadora expresionista—, y más allá la guitarrista de jazz Mary Osborne, «una de las primeras arquitectas del R & B y del Rock and Roll»…. y una Jane Auer —de casada Jane Bowles— «una de las mejores y más subestimadas escritoras estadounidenses.»… y una Larisa Shepitko, la talentosa cineasta soviética «borrada de la memoria colectiva»…

 

 


Mujer trabajadora (con pendiente), Käthe Kollwitz, 1910. Brooklyn Museum.

 

Como una lluvia fina, incesante, de estrellas perdidas en la espiral del tiempo; Lilly Reich, Eileen Gray, Mary Lou Williams, Aleksandra Ekster… Como gotas bailando en un cielo de Dioses masculinos; Dorothea Tanning, Hildegard von Bingen, Remedios Varo, Zenobia Camprubí… se acercan y se alejan como pequeñas luces imantadas, rasgando un pedazo de manto celestial, solicitando permiso para estallar, como fósforos en la oscuridad.

 


     Liber Divinorum Operum, Hildegard Von Bingen, 1165. Biblioteca statale, Lucca (Itàlia).

 

Hipnotizado por este sonajero silencioso de grandes creadoras, mareado por esta coreografía intermitente de figuras desdibujadas, por la deriva poética y sombría del olvido…, ese ojo curioso, me reclama que enfoquemos de nuevo la mirada y volvamos a centrar la atención en la prosa de nuestras Artistas sin obra.

Incisiva y vertiginosa como la flecha de Guillermo Tell, densa y profunda como el impacto de un meteorito, nos cae del cielo una pregunta cándida, temible, ardiendo:

 

¿Cuántas Zenobias habrán consagrado parte de su vida y su talento a urdir el genio y la figura del poeta, del sabio, del músico, del pintor laureado?

 

Zenobia Camprubí, Estados Unidos, 1916.

 

Zenobia Camprubí: una infatigable y luminosa lámpara

Escritora, lingüista, y traductora, es considerada una de las primeras grandes feministas españolas, tanto por su estilo de vida libre y cosmopolita, como por sus ideas progresistas y su trayectoria. Proveniente de una familia rica e Ilustrada, nace en Malgrat de Mar en 1887, y es educada en un contexto de gran libertad intelectual.

 

«Con una clara conciencia, permanezco en el exilio, con la esperanza de que un día los tres ideales en los que yo creo se hagan realidad: justicia, libertad y república». 1

 

Profundiza en el estudio de las lenguas, de la historia americana y europea, y de la música. Años después, cursa literatura y composición en la Universidad de Columbia y ejerce como profesora en la Universidad de Maryland y en la Universidad de Río Piedras.

En 1916 se casa con el poeta Juan Ramón Jiménez, a quien conoce en la Residencia de Estudiantes, y de quien se convertirá en secretaria, agente literaria y estrecha colaboradora.

 


Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez con su Ford, 1929. Zenobia había obtenido el permiso de conducir

 

Su labor como traductora se focaliza en la obra de Rabindranath Tagore —el premio Nobel indio— de quien traduce más de 20 obras. Traduce también obras de Shelley, Poe, Pound, y Shakespeare, aunque no todas salen a la luz. J. R. Jiménez colabora a menudo en las traducciones de Zenobia, aportando su pincelada literaria.

 

 


Traducciones de Rabindranath Tagore, de Zenobia Camprubí.

 

«Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro». 2

«Platero acababa de beberse dos cubos de agua con estrellas en el pozo del corral, y volvía a la cuadra, lento y distraído entre los altos girasoles. Yo le aguardaba en la puerta, echado en el quicio de cal y envuelto en la tibia fragancia de los heliotropos». 3

 


                  Platero y yo, Juan Ramón Jiménez, 1914. Primera edición. Ediciones de la lectura.

 

Zenobia lucha incansablemente por el reconocimiento de la obra y la figura del poeta. La acompaña y lo anima en todas las travesías vitales, asediadas a menudo por la melancolía y la depresión, y por frecuentes ingresos hospitalarios.

«Quiero que te refugies en mí contra toda desilusión y contra lo mediocre y mezquino de la vida». 4

«Juanito mío, sé valiente y vamos a hacer los dos lo mejor por el porvenir. No precipites nada. Trabaja firme pensando en el porvenir…». 5

 

«Se ha vuelto un completo misántropo. No hace nada para agradar a los demás sino a sí mismo… Se niega a todo lo que no tiene que ver con él, salvo dar de comer a los pájaros». 6

 

A lo largo de su vida se implica en numerosas iniciativas de carácter social y cultural como el Lyceum Club femenino Español —en defensa de los derechos, la educación y el desarrollo profesional de las mujeres— o La enfermera a domicilio, un servicio de asistencia social gratuita, del que fue fundadora.

Emprende también diversas actividades empresariales entre las que una compañía de exportación de arte popular español en Estados Unidos.

De su legado como escritora, queda un relato autobiográfico, una extensa producción de dietarios —desde Cuba, Estados Unidos y Puerto Rico— y una recopilación epistolar; testigos todos ellos de sus inquietudes, de la vida en el exilio y de la relación personal y profesional con Juan Ramón Jiménez.

 

En esta empresa nuestra, yo he sido siempre Sancho

«… Juan Ramón acababa de dictar su llamamiento para empezar a recoger dinero para los intelectuales españoles que sufren en los campos de concentración de Francia cuando al abrir el periódico se le hundió la cabeza de pena al leer sobre la muerte de Antonio Machado.

Lo más probable es que J. R. estuviera muerto o completamente loco de haber seguido su suerte, pero el día en que juntó su destino al mío, cambió ese fin. Después de todo, yo soy, en parte, dueña de mi propia vida y J. R. no puede vivir la suya aparte de la mía. Y yo no acabo de ver ningún ideal que valga el arrojar una vida, pese a todo lo que se proclama. En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho». 7

 


Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, 1943. Washington D.C.

 

En 1956, a los pies de la cama de Zenobia, profundamente enferma, y tres días antes de morir, en San Juan de Puerto Rico; Juan Ramón Jiménez es galardonado con el Premio Nobel de literatura.

 

«Zenobia: eres graciosa, intensa, encantadora; fina de cuerpo y alma; amas lo humano y lo divino; sientes la naturaleza, la música, la pintura, la poesía, la filosofía, la historia, todas las artes y todas las ciencias. Eres buena compañera de hogar, de viaje y de trabajo. Siempre estás dispuesta a trabajar o a gozar. No eres interesada. Eres cumplidora, digna, generosa. No pides nada a nadie. Das todo. Te acomodas a todas las circumstancias y las resuelves alegremente. Ríes siempre, a veces por no llorar.» 8

 

Abatido de dolor por la muerte de Zenobia y por su frágil estado de salud, Juan Ramón Jiménez delega en Jaime Benítez —Rector de la Universidad de Puerto Rico— la recogida del galardón y la lectura de un breve discurso de agradecimiento:

(…) «Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañia, su ayuda, su inspiración de 40 años ha hecho posible mi trabajo. Hoy me encuentro desolado y sin fuerzas». 9

 

Era Zenobia Camprubí una artista sin obra, un talento desperdiciado, una infatigable y luminosa lámpara incandescente la mejor obra de la cual fue esculpir y pulir el busto del poeta para situarlo en el Olimpo de los grandes nombres de la literatura universal?

«Sencillamente, no resisto el no tener nada que hacer.» 10

 

 

 

Artistas sin obra y el caleidoscopio de las estrellas perdidas: *Artistas sin obra. I prefer not to, de Jean Yves Jouannais. Ed. Acantilado. Zenobia Camprubí: una infatigable y luminosa lámpara: 1, 4, 5, 6_ Zenobia Camprubí. La llama viva, Emilia Cortés, Alianza Editorial. / 2, 3_ Platero y yo, Juan Ramón Jiménez, Ed. Catedra. / En esta empresa nuestra, yo he sido siempre Sancho:  7_La guerra civil en el Diario de una exiliada, Graciela Palau de Nemes, Biblioteca virtual Miguel de Cervantes./ 8, 9, 10_ Zenobia Camprubí. La llama viva, Emilia Cortés, Alianza Editorial.

Imágenes: Wikimedia Commons, Zenobia Camprubí. La llama viva, Emilia Cortés, Alianza Editorial / Biblioteca de Andalucía.